lunes, 5 de abril de 2010

capitulos 7, 8 y 9

Capitulo
7. Imitación de la vida

Petula despertó lentamente. Creyó haber oído una voz masculina que la llamaba, pero al abrir los ojos estaba completamente sola. Su cabeza descansaba sobre una almohada y se llevó la mano a la cara, para comprobar si la grava había dejado su impronta en la mejilla. Era lo último que recordaba antes de haberse quedado dormida.Medio atontada todavía, guiño los ojos varias veces para sacarse el sueño, bajó la mirada y pasó a evaluar como hacía a diario, sólo para comprobar que continuaba con el mismo cuerpazo que el día anterior. Realzaba los mejores rasgos de su cuerpo, en particular el culo, que quedaba prácticamente al aire.
Pero aquella graciosa prenda que llevaba tapaba ese contratiempo anatómico menor y remarcaba lo que tenía que remarcar. Sus piernas, que se prolongaban vertiginosamente -hasta los pies, claro-. Sus pies. La fuente del drama del día anterior de pronto arrasó sus pensamientos.
-Zorra -dijo, guiñando los ojos durante un segundo para fijar la vista en los dedos de sus pies y la pedicura inacabada.
Tras dedicar ese pequeño improperio a la técnica de uñas, Petula se despertó del todo, o lo suficiente, al menos, para caer en cuenta de que no estaba en su cama.
Se incorporó, miró a su alrededor y descolgó las piernas por el lateral de la cama, que ahora pudo reconocer como una cama de hospital gracias a su voluntariadoobligatorio en un geriátrico.
-¿Qué hice o con quién me lo hice anoche? -se preguntó, más con curiosidad que con temor. No pudo recordar mucho de la cita con Josh, pero lo poco que sí recordaba no merecía el gasto de neuronas que le había costado traerlo a la memoria. Se acordó, de pronto, de que se había mareado y vomitado.
Se auto convenció de que él debía de haberle puesto alguna clase de droga para violaciones.
«Pervertido», pensó.
Se acerco al borde de la cama, hasta que sus pies tocaron el suelo, y al hacerlo sintió un pinchazo. No es que se le pudiera llamar dolor, exactamente, pero sí era lo bastante desagradable como para notarlo. Cojeando un poco, cruzó la habitación vacía hasta la puerta y salió al pasillo.
-¿Hay alguien? -gritó Petula, y el eco de su voz resonó levemente desde el fondo del pasillo-. ¿Eo? ¿Eo? ¡Eo!
Por último, llamó -¿Hola?²- con desprecio. No hubo respuesta.
Se acercó renqueando al control de enfermeras, el cual encontró también desierto.
-¡No cabe duda de que este país necesita una reforma del sistema sanitario! -gruñó. Pasillo adelante vio una fría luz blanca que salía de una oficina.
-Gracias a Dios -dijo Petula aliviada, y se encaminó hacia el resplandor.
Al llegar a la altura de la puerta trató de mirar al interior, pero la luz brotaba desde la oficina al pasillo en penumbra con tal intensidad que le dañaba la vista. Molesta pero sin darse por vencida, Petula abrió la puerta de un empujón y pasó dentro haciendo alarde de su característico mal humor.
-¿Hola? -llamó Petula con voz repelente-. Vengo a que me den el alta.
Su saludo rebotó contra las paredes, el techo y el suelo. La oficina estaba tan desierta como los pasillos y su habitación del hospital. Pero no es sólo que no hubiera nadie, es que tampoco había nada. Ni revistas, ni folletos informativos ni documentos administrativos de ninguna clase. El lugar estaba tan desnudo como su trasero, con la salvedad de una mesa con una campanilla, una silla al fondo de la habitación y un banco que recorría la pared lateral bajo las ventanas. En la puerta del fondo se podía leer en un cartel SÓLO PERONAL AUTORIZADO.
-¡Eh! -volvió a gritar, tocando repetidas veces la campanilla de la mesa-. De verdad, hoy no tengo tiempo para esto.

2. En castellano en el original. (N. de la T.)
Petula no estaba acostumbrada a esperar ni a que no la atendieran al instante. Dio media vuelta para salir por donde había entrado y reparó en otro cartel que colgaba del plomo de la puerta.
SU TIEMPO ES IMPORTANTE PARA NOSOTROS, leyó. SI NO HA SIDO
ATENDIDO EN ---- MINUTOS, ROGAMOS LO NOTIFIQUE EN RECEPCIÓN.
El número de minutos que debía esperar no aparecía especificado en una de esas pequeñas esferas de reloj con manillas de plástico. No obstante, la reconfortó saber que alguien atendía la sala y que más pronto que tarde podría reanudar su agenda del día. «Buena señal», pensó Petula, que no pretendía
hacer un juego de palabras. Algo más tranquila se dirigió al banco y tomó asiento.
Petula se llevó la mano a la altura de la cara y, estirando el brazo cuan largo era, examinó su manicura de esmalte transparente, tan expertamente acabada, a diferencia de su trágica pedicura. Reparó en su imagen reflejada en las uñas y decidió emplear ese tiempo de forma constructiva practicando poses. Separó los dedos al máximo para obtener el mayor número posible de ángulos, consiguiendo una perspectiva un tanto distinta de sí misma en cada uno de ellos. No es que fuera el espejo de cuerpo entero de su dormitorio, pero dada las circunstancias más valía eso que nada. -Instantánea glamour -dijo volviendo con brusquedad el perfil hacia su mano extendida.
Llegó a practicar incluso la pose modesta y lacrimógena que requería, sin duda, su más que cantaba coronación como reina del Baile de Bienvenida. Después de la humillación que había tenido que soportar el año previo en el Baile de Otoño, esa coronación, delante de todo el instituto, sería una dulce venganza.
El recuerdo de la pequeña «crisis psicótica» que sufriera entonces pasaría a la historia tan pronto colocaran la corona sobre su dorada cabellera, que era el lugar que le correspondía, al menos según ella.
-Lo que no mata… -filosofó golpeando el pie contra el suelo para mayor efecto-. ¡Ayyyy!
El dolor ascendió por su pierna antes de que pudiera rematar su sentencia estimulante.
Justo en ese momento, la puerta principal de la oficina se entreabrió muy despacio.
-Joder, ya era hora -vociferó Petula, sintiéndose más aliviada que nunca por la compañía. La puerta de la oficina se abrió por completo, pero Petula seguía sin ver quién era el que entraba.
Vio entrar una pierna, vacilante. Sin duda pertenecía a una persona bajita. Pero era una niña. Asomó la cabeza con cautela, mirando primero de un lado y luego al otro antes de entrar, tal y como le habrían enseñado que tenía que hacer antes de cruzar la calle.
-¿Dónde estoy? -preguntó la niña, franqueando la entrada del todo y dejando que la puerta se cerrara poco a poco a su espalda.
Viniendo de una persona tan pequeña, pensó Petula, era toda una pregunta, y ella no tenía ni la más remota idea de cómo responderla correctamente por el momento.
-¿Y tú eres…? -preguntó Petula con recelo a la confundida niña.
-Me llamo Virginia Johnson -contestó la niña, igual de recelosa-. ¿Y tú como te llamas? Petula permaneció muda de asombro durante un segundo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tuvo que presentarse a alguien, pero el momento era tan bueno como cualquier otro para hacer una excepción. -Yo soy Petula Kensington -anunció de forma arrogante, con un tono que uno o dos siglos antes habría garantizado una referencia-. Encantada de conocerme.
-Deja que adivine -dijo Virginia mirando a Petula de arriba abajo-, eres animadora.
-¿Cómo lo has sabido? -preguntó Petula muy orgullosa.
-Por los humos y… -soltó Virginia, ladeando levemente el cuello para obtener una
mejor vista lateral del camisón abierto de Petula-… ese culo gordo.
La impertinencia de la niña también hizo que se acordara de Scarlet, y de todos aquellos largos viajes en coche que habían compartido juntas en las vacaciones de verano, antes del divorcio. No había vuelto a acordarse de aquellos tiempos desde hacía mucho. Por entonces se pasaba casi todo el día peleándose, sí, aunque no el día entero. También se divertían juntas.
-¿Te parece gracioso? -la pinchó Virginia.
-¿Qué? -dijo Petula distraídamente antes de recomponerse-. Oh, ah… no, es sólo que me has recordado a alguien, nada más.

*******

Acabadas las compras, las Wendys volvieron al hospital de Petula, se diría que para acompañar a la enferma, o para ser más exactos, rondar a la víctima, y para su sorpresa se encontraron a Scarlet, que yacía igualmente exánime en la cama de al lado. La doctora Patrick estaba en la habitación, haciendo la visita nocturna. Por todas partes había evidencias de la conmoción: el lugar estaba sembrado de tubos, jeringuillas, esparadrapo, gasas y monitores de todo tipo, restos de la batalla del equipo de cardiología por estabilizar a Scarlet.
-¿Es que por fin ha visto la luz y ha intentado suicidarse? -dijo Wendy Anderson con desdén.
-Míralas -dijo Wendy Thomas ante la visión de Scarlet tumbada en una cama junto a Petula-. El botín y la bestia.
-¡Qué poca personalidad! -espetó Wendy Anderson.
-Ya ves -corroboró Wendy Thomas fríamente-, no solo le quita el novio sino que va y también le roba el protagonismo de su coma.
Las dos chicas se volvieron de repente cuando Damen entró en la habitación. Estaba
hacho un cromo, arrugado, desaliñado, con los ojos enrojecidos, y parecía cansado y preocupado.
-¿Qué diablos ha pasado? -preguntó Wendy Thomas, más furiosa que preocupada. Damen no se molestó en responder.
-Cabe la posibilidad de que Scarlet haya caído en un coma autoinducido, propiciado por un estrés extremo -dijo la doctora Patrick-. Podría ser psicosomático.
-Yo más bien la llamaría psicópata -agregó Wendy Thomas.
-A veces es difícil soportar ver a la hermana que quieres tumbada ahí, medio muerta -dijo la doctora Patrick.
Wendy Anderson no pudo aguantarse la carcajada, y el Red Bull que se estaba tomando le salió disparado por la nariz. La idea de que Petula pudiera significar tanto para Scarlet era más de lo que sus mentes podían procesar.
En ese preciso instante, saltó la alarma del monitor cardiorrespiratorio de Scarlet, que ahora mostraba claros signos de estar sufriendo alguna clase de crisis aguda.
-Salgan todos -ordenó la doctora Patrick a la vez que pulsaba el botón de aviso para el equipo de reanimación-. ¡Enseguida!

Capitulo 8
8. De nuevo en tu cabeza

Maddy y los demás estaban pegados a sus teléfonos, de modo que Charlotte decidió irse por su cuenta. Al cruzar el patio que separaba el complejo de oficinas de la residencia del campus, observó las vallas que rodeaban los barracones. No había reparado antes en ellas porque por el camino siempre estaba ocupada charlando con Maddy.
La liberación se estaba convirtiendo en un concepto cada vez más importante para
Charlotte. Últimamente, su existencia se había tornado tan insoportable que había
empezado a evocar con cariño su vida -una vida marcada sobre todo por la inseguridad y el aislamiento-. Es más, desde la llamada aquella que no llegó a responder, no podía dejar de pensar en Scarlet, Petula y Damen y lo que pudo haber sido, y en su familia y lo que nunca fue. Más que nada pensaba en lo que nunca sería. Maddy lo había dicho. Se quedarían en los diecisiete para siempre.
La idea podía tener su atractivo para las mamis objeto de los reality showsque se pasaban la vida entre inyecciones de Botox, liposucciones, implantes y desintoxicaciones para competir en secreto por los novios de sus hijas, pero no para Charlotte, a quien la idea le resultaba cada vez mDe niña, recordó, paseaba por el cementerio observando las fechas de nacimiento y defunción de todas las lápidas, pensando en la gente que estaba allí enterrada. Hacía la resta y calculaba los años que había vivido cada persona, lo que habían visto y lo que se habían perdido. La electricidad, los vuelos al espacio, los derechos civiles, la televisión por cable, Internet, Starbucks. ás deprimente.
Algunos maridos habían muerto años antes que sus esposas, y vástagos antes que sus padres.
Al final, todos salvo unos pocos, muy pocos, acaban siendo olvidados, y Charlotte arrancaba con tremenda desventaja. Diecisiete años no es que fueran muchos para cimentar un legado, y mucho menos después de haber tenido una vida como la suya. Mientras seguía dándole vueltas en la cabeza a tan sombrío cálculo, se miró la manga y se dio cuenta de lo peor, de lo más horrible que tenía ser eternamente joven: vestiría la misma ropa para siempre.
La superficialidad de este pensamiento le recordó a las Wendys, y su deseo de estar viva la sacó de quicio tanto o más que un correo electrónico de una ex amiga.


***********
Charlotte se quitó los zapatos de mala manera tan pronto como entró en el apartamento, Pero el hecho de estar en casa no obró el efecto relajante que esperaba.
Era algo más que su antigua vida lo que ahora la atosigaba.
Después de todo lo que había hecho por los chicos y chicas de Muertología, de lo
mucho que había cambiado como persona, no acababa de entender por qué se seguía sintiendo tan excluida. Tan sola.
Maddy tenía razón, conjeturó, aun cuando no se lo hubiese dicho nunca a las claras. Charlotte volvía a tener un papel secundario, por no decir algo peor. Lo único que recibía ya de ellos eran gestos de lo ocupados que estaban. Sabía que andaban muy liados con todo el rollo ese de volver a reunirse con sus seres queridos y demás, y que las chicas en particular no miraban con buenos ojos su amistad con Maddy, pero ¿a quién tenía sino a ella? Además, al principio Scarlet tampoco es que hubiese sido de la devoción de Prue, recordó Charlotte, y Pam no había tenido reparo en darle la espalda por lo del episodio con la señorita Wacksel. Quizá estaban todos mostrándose tal cual eran, ahora que ya no la necesitaban más.
En ese instante entró Maddy con aspecto acalorado.
-¿Por qué no me has dicho que te ibas? -preguntó con nerviosismo-. Siempre volvemos a casa juntas.
-No quería molestarte.
-Tú nunca molestas, Chat -dijo Maddy de manera encantadora-. ¿Qué te ronda por la cabeza?
-Oh, nada.
-Puedes contármelo. Charlotte permaneció callada un segundo y luego decidió que confiaba lo suficiente en su amistad como para hablar sin tapujos.
-Echo de menos... todo -confesó-. De pronto me siento diferente. Pensaba que había
pasado página, que pasaba de ellos, que había cambiado por completo, pero ahora creo que todo eso no ha sido más que un gran autoengaño.
-¿Qué pasa, que el cielo no es todo lo maravilloso que dicen? ¿Es eso lo que intentas decir?
Ella no se lo había planteado así realmente, pero Maddy había dado en el clavo, otra vez. Nunca había contemplado la idea de que aquello fuese todo. El cielo no podía ser una plataforma telefónica, ¿no? .

**********
Charlotte se pasó un día más sin apartar la vista del teléfono de su mesa, tratando a la vez de abstraerse del parloteo de los demás becarios.
A ella también le encantaba hablar por teléfono: no iban por ahí los tiros. Lo que pasaba es que Kim estaba tan... segura de sí misma. Tan segura sobre qué estaba bien y qué estaba mal.
Charlotte ya lo había notado en el Baile de Otoño, justo antes de pasar todos al otro lado. Tal vez fuera ésa la razón de que no recibiera llamadas. ¿Cómo vas a ayudar a nadie si tu propia materia gris es una gran maraña gris?
Estaba atrapada en un estado de pubertad perpetua y en el interior de la misma ropa para siempre, y ¿qué obtenía a cambio de tanto sacrificio? La oportunidad de ayudar a otras personas, quizá, ¡si es que su teléfono sonaba, aunque fuera una vez!
Levantó la vista hacia la lente de la cámara y articuló despacio:
-¡AYÚDAME!

*********

Los pies de Damen rebotaban con nerviosismo contra el suelo mientras permanecía sentado en silencio en la serena habitación del hospital, colocado a mitad de camino entre Petula y Scarlet.
Los funestos pensamientos y la creciente desesperanza de la situación, sin embargo, eran territorio inexplorado para él, tanto mental como emocionalmente. Sobre todo emocionalmente.
Era capaz de plantarse en la línea de ataque y hacerle frente a una horda de placadores a la carga sin pestañear, y en cambio no podía afrontar sus propios sentimientos. Por eso era tan fácil salir con Petula. No requería profundizar. A ella la podía pasear de aquí para allá igual que a uno de sus trofeos deportivos, un premio destinado a suscitar la envidia de otros antes que a ser apreciado por él mismo. Pero la relación con Scarlet le había cambiado, o por lo menos había empezado a hacerlo. Se puso a pensar en todo lo que tenía que haberle dicho a Scarlet Cosas como lo mucho que ella le importaba, lo mucho que la echaba de menos. Lo mucho que la necesitaba. Cosas que ella necesitaba escuchar de boca de él. Desesperado, trató de alcanzarla de la única forma que sabía, a través de la música.
Extrajo su iPod, cargado de temas de grupos en los que ella le había iniciado y que, en su mayoría superaban con mucho cuanto él había escuchado jamás. Con sumo cuidado, le colocó los auriculares y, rememorando su primera cita juntos, giró la rueda hasta la pista que buscaba -Artista>Death for Cutie>Álbum>Plans>Tema>I Will Follow You into the Dark-, seleccionó la canción y pulsó el play.
. Quizá sí que se había mostrado en exceso preocupado por el estado de Petula, o puede que su expresión o el tono de su voz revelaran un inconsciente atisbo de afecto latente hacia ella, a pesar de sus sentimientos sinceros hacia Scarlet. Quizá era eso lo que había impulsado a Scarlet a dar el salto. Él quería ayudar a Petula, pero sólo lo hacía por Scarlet y nada más. ¿Cómo podía ella no haberse dado cuenta? ¿Acaso recuperar a Petula era la forma que tenía Scarlet de salvar a su hermana y su turbulenta relación?
Fuesen cuales fueran los motivos de Scarlet, Damen la necesitaba de vuelta. Y para que Scarlet regresara, era necesario que Petula lo hiciese también. Por muy desincronizados que hubiesen estado últimamente, lo cierto era que Scarlet y Damen se hallaban ahora en la misma sintonía. Ambos querían que Petula regresara.


Capitulo 9
El pájaro en el alambre

Scarlet no tenía ni idea de dónde podría encontrar a Charlotte, pero se sintió atraída, casi como una paloma mensajera, de regreso a Hawthorne High. De regreso a Muertología. ¿La razón? Una incógnita. Todos se habían ido, que ella supiera. Graduado. ¿A cuento de qué presentarse en un aula vacía? Pero algo tiraba de ella y siguió su instinto de vuelta al instituto.
Conforme recorría planeando el largo pasillo, vio que se confirmaban sus peores
miedos. El instituto estaba aparentemente vacío, pero antes de que el desaliento la
venciera por completo, oyó voces a lo lejos. Enfiló hacia el sonido y, en efecto, divisó una luz que emanaba de la última aula. Se detuvo junto a la puerta y espió el interior a través de la ventanilla.
“Tiene que ser aquí- pensó Scarlet-. Muertología”.
Volvió a asomarse, de forma más prolongada esta vez, con la esperanza de divisar aCharlotte o a alguien conocido.
-Pasa, pasa, quienquiera que seas- dijo la señorita Pierce alegremente.
Scarlet alargó la mano hacia el pulido pomo de latón y, no sin cierto esfuerzo, lo hizo girar hasta que cedió el cierre y consiguió abrir la pesada puerta.
Bienvenida. Te estábamos esperando, pero…- tartamudeó la señorita Pierce-. Me temo que no sé tu nombre, señorita.
-Eh, Scarlet, Scarlet Kensington, señora- contestó en un tono respetuoso desconocido en ella-. Pero no creo que m esperaran a mí.
-Pues claro que sí, Scarlet- le aseguró la señorita Pierce, haciendo énfasis en su nombre como para que se le quedara grabado en la memoria-. Y ahí tienes tu sitio, el último pupitre libre, al fondo. Scarlet intuyó el malentendido, pero antes de que pudiera decir esta boca es mía, la señorita Pierce le entregó un libro de texto, la cogió del brazo y la acompañó medio camino en dirección a su asiento. Conforme avanzaba entre las mesas, Scarlet iba mirando a izquierda y derecha y descubrió que no reconocía a nadie.
No era buena señal. Sin embargo, en lugar de protestar, decidió ser paciente y aguardar a que la clase hubiera concluido para hablarle a la señorita Pierce de su dilema.
Muy bien- continuó la señorita Pierce-, ahora que por fin estamos todos los que somos, revisaremos la película de orientación por última vez. Podéis seguir el texto en vuestros manuales de la Guía del Muerto Perfecto.
Se atenuó la luz y Scarlet se dedicó a ver la película por el rabillo de un ojo y a
escudriñar a sus compañeros de clase con el otro. Comprobó que definitivamente no reconocía a ninguno.
Luego se sobresaltó al sentir un golpecito en el hombro.
-Hola, Scarlet- dijo el chico sentado a su espalda cuando ella se giró para mirarle-. Soy Gary.
Qué tal, Gary- susurró Scarlet esforzándose por mirarle a los ojos, algo nada fácil debido a su postura-. Estoy buscando a una chica, se llama Charlotte Usher. ¿La conoces?
-No- contestó Gary en voz baja-, pero no llevo tanto tiempo como otros de la clase. Eh, Lisa- se dirigió con un susurro al otro lado del pasillo-. ¿Conoces a una tal Charlotte?
Nunca he oído hablar de ella- gruñó Lisa sin apenas romper el ritmo.
-Pues gracias de todas formas- dijo Scarlet con sarcasmo-. Supongo que está demasiado ocupada quemando grasa para decir nada, ¿eh?.
-No es que pueda decir mucho más- dijo Gary-. Murió mientras le hacían una liposucción chapuza en el cuello y tiene los músculos de la cara prácticamente paralizados.
Al fin de pasar el tiempo, se entretuvo echando un vistazo a los nombres que, inscritos en etiquetas identificativos prendidas al dedo gordo del pie de sus compañeros, alcanzaba a leer bajo el tenue resplandor del proyector. Estaban Polly, Tilly, Bianca y Andy, por nombrar unos pocos. Justo cuando Scarlet empezaba a especular sobre el cómo de la muerte de cada uno de ella, Gary le ahorró el trabajo susurrándole inesperadamente al oído:
-Ése es A.D.D² Andy, un skater que intentó deslizarse sobre el borde de la cuba de una hormiguera con el eje trasero del monopatín- informó Gary-. Lamentablemente, la hormiguera se puso en marcha y Gary pasó a formar parte de la acera.
-Tonto del culo- dijo Scarlet en un tono endiablado.
-Sí, ya, pero consiguió un montón de visitas en Youtube- dijo Gary tratando de ser positivo.
-¿Y Tilly?- preguntó Scarlet haciendo un ademán hacia la chica en cuestión.
-No lo preguntarías si estuvieran las luces encendidas- dijo Gary con una sonrisa-.
Tanning Tilly se frió en una camilla de bronceado. La chica era una auténtica adicta a los rayos UVA. Demasiado avariciosa con las bombillas.
Scarlet decidió que había escuchado ya todo lo que quería o necesitaba escuchar.
Una vez informada sobre sus compañeros de clase, Scarlet concentró su atención en la pantalla. En ese momento, la película mostraba a Butch y Billy recibiendo lecciones sobre cómo empezar adecuadamente las “habilidades especiales”. Scarlet encontraba la película fascinante, a decir verdad, pero no dejaba de recordarse a sí misma que ella estaba allí sólo como oyente. Todo aquella historia era superflua, puesto que ella, en realidad, no estaba muerta.
-Todos pensamos lo mismo al principio, querida- dijo la señorita Pierce-. Ya te acostumbrarás.
-Yo no quiero acostumbrarme..- Scarlet se contuvo-. Lo que quería decir es que yo no soy como usted y los demás. -¿A qué te refieres, Scarlet?- preguntó la profesora, picada por la curiosidad.
-Yo no estoy muerta, señora- dijo Scarlet-. Aún.
La señorita Pierce recibió sus palabras con cierto escepticismo, pero al echar un vistazo a su relación de alumnos no pudo encontrar el nombre de Scarlet. Siguió escuchando, ahora con más atención.
-Y entonces ¿Por qué estás aquí?- dijo la señorita Pierce-. No es que se cuente precisamente entre las prioridades de un adolescente.
-Busco a alguien que sí está muerto- respondió Scarlet-. Una chica, se llama Charlotte Usher.
Pues lo siento, no está en esta clase- la informó la señorita Pierce, consultando de nuevo su lista de asistencia-. Francamente, no tengo ni idea de cómo podrías dar con ella.
Gracias- dijo Scarlet, con la voz levemente quebrada por la tensión.
Scarlet empezaba a estar muy preocupada, el tiempo acuciaba y no sabía qué podía estar pasando en el hospital, pero a falta de otra elección decidió que sería interesante regresar a Hawthorne Manor, esta vez como huésped en lugar de cómo camarera.
Caminó hacia la fabulosa escalera y ascendió a las habitaciones, echando miradas furtivas por encima del hombro durante todo el camino, en anticipación de los furiosos y resentidos fantasmas que tal vez moraban ahora aquí. Mientras recorría el pasillo reparó en que todas las puertas lucían placas rotuladas, luego llegó al antiguo dormitorio de Charlotte, que, por fortuna, parecía desocupado. Se le hizo raro atravesar la puerta, De improviso, no obstante, Scarlet se encontró pensando sobre todo en Petula y en cómo la iba a salvar. En ese momento, oyó unos golpecitos en la puerta del dormitorio.
-¿Scarlet?- susurró una voz.
-¿Sí…?- preguntó Scarlet extrañada; deseó que no fuese el cansancio que ahora la hacía oír voces… o algo peor.
Resultó ser Green Gary, con una inesperada invitación.
-Nos hemos juntado unos cuantos en la sala de reuniones. Si te apetece, puedes unirte a nosotros.
Pese a estar agotada, Scarlet vio en ésta una buena oportunidad para obtener alguna información de los chicos y chicas de la residencia.
Empezo a preguntar Busco a alguien, bueno, en realidad busco a dos personas- dijo Scarlet con un hilo de voz-. Y no sé cómo encontrarlas.
-¿Amistades o familia?- preguntó Bianca.
-Las dos cosas- dijo Scarlet.
-No pueden ser las dos cosas. Las amistades son personas con las que escoges estar y la familia es gente con la que tienes que estar- dijo Bianca, que empezó a darle vueltas a la idea para convertirla en una posible entrada de blog, pero luego se dio cuenta de que cuanto menos debía intentar echar una mano-. Puedo activar una alerta de desapariciónse medio ofreció, obviando el hecho de que a todos cuantos podía alertar ya se encontraban en la habitación.
En realidad estoy buscando a dos chicas. Confío en que la amiga me conduzca hasta la otra- dijo Scarlet-. Y el tiempo a premia.

-Ya veo- dijo Gary-. Es que estamos todos un poco decepcionados. Me parece que esperábamos que estuvieses aquí por nosotros.
Scarlet miró a su alrededor y percibió tristeza, frustración, soledad, pero no rabia.
-Supongo que todos estamos esperando a que alguien venga y nos salve- concluyó Scarlet.

Scarlet se acurrucó bajo las pesadas sábanas de la acogedora cama con dosel y acababa de quedarse dormida cuando sus ojos se abrieron de nuevo, espoleados por la luz de la luna que ascendía, como un falso amanecer, por la vidriera de colores. Su mala conciencia tampoco es que la estuviera ayudando mucho, y ya se había vuelto completamente inmune a sus cánticos chinos para dormir.
La posibilidad de conseguir dar una cabezada le pareció cada vez más remota, de modo que se retrotrajo al momento de su partida y empezó a darle vueltas a su impulsiva decisión. ¿No habría sido más útil echar una mano en el hospital en lugar de merodear a la caza y captura entre dos mundos? ¿Y la preocupación que le estaría causando a su madre? ¿Y a Damen? Al apartar la vista de la gélida mirada de la luna, reparó en el viejo manual de la Guía del Muerto Perfecto de Charlotte, que reposaba sobre la mesilla de noche, junto a la cama. Recordó que el manual de Charlotte era diferente de los demás. Más antiguo, si no recordaba mal. Sacó el manual que le habían dado de debajo de la manta y se puso a pasar hojas, comparando páginas y capítulos. Se cruzó con el dedicado a la posesión en el libro de Charlotte, que no parecía en el suyo.
-Esto ya lo tengo visto- dijo Scarlet, y pasó de largo el ritual.

Hojeó cada libro hasta el final, cotejándolos página por página, pero la única diferencia entre ambos era lo de la posesión, aparentemente. Hasta que llegó a la última página. Parecía más un formulario o una solicitud que un texto en sí. Fácil de pasar por alto, a no ser que uno lo estuviera buscando a propósito.

La cabecera de la página decía así: DECISIÓN ANTICIPADA.


ME PARECE UNA HISTORIA DIVERTIDA Y SCARLET SE PARECE AHORA A CHARLOTTE COMO SE ENCUENTRA EN ESTOS MOMENTOS.

SE RELACIONA EN MI VIDA CUANDO EN ALGUN ACCIDENTE TRATAS DE DAR LA VIDA POR TUS SERES QUERIDOS

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