lunes, 12 de abril de 2010

Capitulos 10, 11 y 12

10. Así es como desaparezco
Petula y Virginia estaban sentadas en el banco pero apenas hablaban. Petula se percató de que la chica le miraba los pies y se puso a la defensiva.
- Me han quitado el esmalte -dijo Petula, señalándose el más que evidente desaguisado antes de que lo hiciera la niña.

- ¿Y? -dijo Virginia
- Pues que no puedes ir por ahí con los pies hechos una pena -le reprobó Petula-. Si no te interesas por ti misma, ¿quién se va a interesar por ti?

- ¿Es que no hay cosas más importantes por las que preocuparse? -preguntó Virginia.
Miró a Petula -unas raíces negras asomaban por debajo de sus deterioradas extensiones de pelo rubio -y se dio cuenta de que probablemente no había nada más importante para ella.
- No te engañes -dijo Petula furiosa-. Cuando tienes buen aspecto, como yo, haces que todos los que te rodean tengan buen aspecto. La belleza importa.
- Lo sé de sobra -dijo Virginia con cierto pesar.

- ¡No me digas! ¿En serio? -le espetó Petula con condescendencia.
- Sí, en serio -insistió Virginia, imitando el tono irritante de Petula. Se miraron de hito en hito, listas para el duelo.
- No necesito que me des lecciones sobre la importancia de la belleza -continuó
Virginia-. ¿Sabes la foto esa que viene con el marco, la de la niña con una carita y sonrisa perfectas, la que te anima a comprar el marco?

- Sí -dijo Petula-. Es más, mi hermana solía conservar esas fotos en el marco y hacía como que su hermana era ésa y no yo.

- Vale, pues ésa era yo -dijo Virginia-. De ahí pasé a ser una de las bellezas infantiles de más éxito que te puedas imaginar.
- Pues qué bien -dijo Petula con desdén-. La verdad es que yo nunca tuve tiempo para dedicarme a esas cosas. Estaba demasiado ocupada con mis amigas, ya sabes, con mi vida social.
- ¿Tú tienes amigas? -preguntó Virginia con una mezcla de sarcasmo y curiosidad.

- De hecho, tengo dos mejores amigas -le restregó Petula.

- Me alegro por ti -respondió Virginia algo más melancólica esta vez.
- Supongo que nunca conseguiste el título de Miss Simpatía -dijo Petula pasando un rato, sonriendo a la jovencita.
- Pues la verdad es que ni siquiera sé lo que gané -contestó Virginia con indiferencia-. Tampoco es que me importe. - Oh, claro que sí -dijo Petula con una sonrisita de insuficiencia-. Seguro que hubieras Podido dejarlo cuando quisieras. Virginia guardó silencio.
Pero no lo hiciste -insistió Petula-. ¿A que no?
A Petula que bastó como respuesta el insólito silencio de Virginia y volvió a concentrase en lo importante: ella y su pedicura particular.

- Fíjate, es que ni siquiera me la han quitado del todo -dijo, ostensiblemente enojada-. No va haber manera de encontrar quitaesmalte… por aquí.
Sólo tienes que remojarte los pies en agua templada, retirar los restos del esmalte y luego aplicarte en las uñas un poco de zumo de limón para que adquieran un tono blanco natural -sugirió, para alivio de Petula.

- ¿Cómo lo sabes? -dijo ésta, sorprendida.
- Sé un montón de cosas -dijo Virginia en tono burlón -. Un montón de chorradas estúpidas, sin importancia…

- Creo que podemos aprender mucho la una de la otra -dijo Petula a la vez que un
destello atravesaba una de sus lentes de contacto de color-. ¡Vas a ser la hermanita que siempre quise tener!
Y con este frío comentario, la temperatura de la habitación se desplomó de repente.

•••••

El doctor Kaufman, un joven residente de neurología muy atractivo cuya presencia
transformaba mágicamente el hospital de Hawthorne en el General Hospital de la serie televisiva, pasó a la habitación para examinar a las hermanas Kensington mientras Damen guardaba vigilia entre ambas. El doctor empezó con Petula, a quien examinó tan concienzudamente como la doctora Patrick y las enfermeras habían hecho antes.
El doctor también examinó a Scarlet, y Damen sintió una punzada de celos al mirar cómo Kaufman la manejaba, practicando el obligado examen neurológico y motor.
Kaufman le abrió los párpados, iluminó los ojos de Scarlet con su linterna de bolsillo y anotó sus observaciones en las omnipresentes historias, que pendían de cada una de sus camas.
Y bien, ¿cuál es el veredicto? -preguntó Damen ansiosamente, buscando una respuesta concreta que aliviara sus pensamientos.

- Te seré franco -dijo el doctor Kaufman.
- Por favor -contestó Damen, cogiendo la mano de Scarlet y apretándola entre las suyas.

- Me temo que sus constantes vitales se han debilitado desde ayer -dijo el doctor Kaufman-. Y el examen neurológico no revela ningún cambio.
- ¿Y eso qué significa? -preguntó Damen de manera ingenua, sabiendo condenadamente bien lo que significaba y sin quererlo afrontar.

- Todo indica que el estado de ambas se está deteriorando -sentenció el doctor Kaufman mientras estampaba sus iniciales en el informe, se daba media vuelta y salía por la puerta.

•••••


Scarlet levantó la mano en el preciso instante en que la señorita Pierce se disponía a impartir la clase de ese día.

- ¿Sí, Scarlet? -dijo la profesora, prestándole atención.

- Anoche estuve leyendo hasta tarde la Guía del Muerto Perfecto lo entiendo todo salvo una cosa -explicó Scarlet.

- ¿Y qué es lo que no entiendes? -preguntó la señorita Pierce.

- ¿Podría explicarme eso de “Decisión Anticipada”? -demandó Scarlet preparándose para una reacción negativa de alguna clase de por parte de la habitualmente genial decana.
La expresión de la señorita Pierce se endureció un poco y por un instante pareció haberse quedado sin habla.
- ¿Decisión Anticipada? -murmuró, con evidente desconcierto-. Me temo que no sé a qué te refieres.

Tilly, Gary, Bianca y todos los demás se volvieron para mirar a Scarlet con una
expresión divertida en el rostro, intrigados por el hecho de que la chica nueva hubiese conseguido dejar sin habla a la señorita Pierce, quien hasta ahora había demostrado tener respuesta para todo.

- Lo vi en un antiguo manual de la Guía del Muerto Perfecto que encontré en mi dormitorio -explicó Scarlet-. En la última página.
Scarlet levantó el formulario en alto desde el fondo de la clase para que la señorita Pierce y todos los alumnos pudieran verlo.

- Yo sé lo que significa -intervino Polly rompiendo el silencio y ofreciendo su opinión no solicitada-. Es cuando decides irte de una fiesta antes de que llegue la novia genuina de tu novio.
Creo que es cuando tienes que decidir si vas a deslizarte por el borde del tanque de tiburones en el zoo -interpuso Andy, aportando su temeraria perspectiva personal a la discusión.

- Acertáis los dos -dijo la señorita Pierce para sorpresa de todos-. Metafóricamente, claro está.

- ¿Eh? -dijo Scarlet dando voz a lo que el resto de la clase ya estaba pensando.

- Decisión Anticipada es un proceso mediante el cual un único alumno puede eludir el curso de Muertología -explicó la señorita Pierce con esmero.

- Vaya, ¿y ya está? -preguntó Tilly haciendo gala de su notoriamente impaciente
personalidad, que ahora brilló con la intensidad de los rayos UVA que la mataron-. ¿Me está diciendo que he estado esperando aquí para nada?
- La Decisión Anticipada no la enseñamos, Tilly -contestó de manera tajante la señorita Pierce-. Porque es peligrosa para el candidato y también para el resto de la clase. Scarlet intentó recuperar el hilo de la conversación.
- ¿Y dice que Polly y Andy no andan desencaminados? -preguntó Scarlet.

- Consiste en pasar al Otro Lado antes de que se estime que uno está preparado -
continuó la señorita Pierce con cierta vaguedad-, y superar el mayor obstáculo de todos. No había nada peor que el lugar donde ahora se encontraba, y además, ¿acaso alguien llegaba alguna vez a estar preparado del todo?, pensó Scarlet.

- ¿Y por qué es tan peligroso? -preguntó inocentemente-. Aquí todos, bueno, casi todos están ya muertos.
- Ah, Scarlet, eso dice mucho de ti -dijo la señorita Pierce-. Hay cosas peores que la muerte, pero como no eres lo que se dice uno de nosotros, aún no puedes comprender del todo lo que trato de decir.

- Estoy escuchando -dijo Scarlet.
- Lo que estás haciendo es ocupar un sitio reservado para otra persona -explicó la señorita Pierce yendo al grano.

- Está bien -murmuró Scarlet, ofendida por la franqueza de la recatada profesora. No era la primera vez que se la acusaba de ocupar espacio, pero en esta ocasión era diferente.
Dar el paso puede ser peor que quedarse -prosiguió la señorita Pierce.

- No para mí -bromeó Scarlet a la vez que dejaba muy claro cuál era su elección.
- No estés tan segura -continuó la señorita Pierce, con tono severo-. Al venir aquí nos has puesto a todos en peligro. Has conseguido que tu problema sea nuestro problema.

Scarlet paseó la mirada por el aula y reparó en la expresión de angustia que mostraban todos en el rostro.

- Sólo intentaba salvar a mi hermana.

- Eso es admirable -dijo la señorita Pierce de manera condescendiente, suavizando la
voz-. Pero a menudo hasta las más nobles acciones acarrean consecuencias no deseadas.

- Ahora sí lo entiendo -Scarlet no alcanzó a dar otra respuesta.

- Lo dudo -advirtió la profesora-. En el caso de que sí se te acepte la forma anticipada, no hay forma de saber dónde iras a parar. Por el contrario, si se rechaza tu solicitud…

- ¿Sí? -preguntó Scarlet pendiente de la respuesta.
- Sólo se nos da una oportunidad para cruzar al otro lado, Scarlet -informó la señorita Pierce-. O lo hace cada uno por su cuenta, o lo hacemos todos juntos a la vez.
Me está liando -se quejó Scarlet con la cabeza dándole vueltas.

- Resumiendo, si tú fallas, lo pagamos todos -señaló la señorita Pierce-. Puede que no seas la elegida para ayudarnos, pero podrías ser fácilmente la que nos condene a nostros y a ti misma.

- No fallaré -dijo Scarlet-. No puedo fallar.

- Puedo entregar la solicitud en tu nombre, Scarlet -dijo la señorita Pierce con un hilo de voz-, pero debes tener en cuenta que no hay garantías de que salga bien.


- Estoy dispuesta a correr el riesgo -dijo Scarlet presentando el formulario algo
vacilante, con la mano temblorosa-. Necesito intentar que todo vuelva a como estaba antes.
Scarlet se volvió para encarar la clase. Al fin y a cabo, era nada menos que con sus almas con las que estaba jugando, y sintió que les debía su reconocimiento, por no hablar de una explicación.

- Espero que lo comprendáis -dijo sondeando el impacto de su respuesta en sus expresiones-. Tengo que intentarlo.

- ¿Estás segura de querer hacerlo? -preguntó A.D.D. Andy cuestionando así por primera vez una acción.
- Ten fe -Scarlet le sonrió, mientras todos los chicos y chicas sentados a su espalda cruzaban los dedos.

11. Ella ofrece refugio

Maddy entró en la sala de descanso y pasó junto al resto de becarios sin mediar palabra, como siempre. No sólo no interactuaba con nadie que no fuera Charlotte, sino que literalmente los ignoraba. Y lo que era peor, Charlotte empezaba a tratarlos igual.
--¿Y qué demonios hace ésta aquí, ya que estamos? -azuzo CoCo.

--Eso -cotorreó Violet--. ¿Por qué no estaba en Muertología con nosotros? ¿Es qué alguien sabe algo de ella?
A decir verdad, nadie sabía nada. Ni siquiera Charlotte, tan obsesionada consigo misma o tan ocupada respondiendo a las preguntas de Maddy, se había parado a pensar en preguntarle a Maddy cómo o por qué había llegado hasta allí. Las chicas estaban en pleno cotilleo cuando Maddy entró en la sala.
--Hablando del rey de Roma -dijo Prue señalando con su cabeza en su dirección. Las demás chicas soltaron una risita y retomaron la conversación.
--¿Algún problema? -preguntó Maddy secamente, acallándolas.
Pues sí -dijo Pam con un tono igual de cortante--. Tú. Charlotte era feliz cuando llegó aquí.

--Y entonces ¿qué pasó? -la interrumpió Maddy con brusquedad--. Pues que todas vosotras tuvisteis vuestro final feliz y ningún tiempo para ella. De no ser por mí, no tendría a nadie.

--Charlotte está en un momento muy vulnerable -racionalizó Kim, con una dosis menos de veneno que las demás en la voz--. Una amiga de verdad no cogería sus llamadas ni la aislaría ni alimentaría sus dudas y temores.

--¿Amigas de verdad? Sí, claro, como... -Maddy dejó la frase en el aire para que penetrara en la mala conciencia del resto de becarias que rodeaban la mesa.
Pam se tomó la sugerencia de Maddy como una ofensa personal, puesto que ella era la que conocía a Charlotte desde hacía más tiempo, más incluso que Scarlet.

--A mí nadie me viene a enseñar cómo ser amiga de Charlotte y menos tú, que la acabas de conocer -la cuestionó Pam. Hacemos lo que hay que hacer, lo que se nos pida que hagamos.

--Pues igual que yo -respondió Maddy vagamente y dio media vuelta y se fue, dejando a las becarias con la palabra en la boca y el asunto en el aire.
Scarlet miró a su alrededor y comprobó que estaba en otro lugar. Pero dónde,
exactamente, no tenía ni la menor idea. Parecía una urbanización cerrada un poco
deprimente: vallada, con paseos pavimentados y cierto aire a campamentos de reclutas. A lo lejos pudo divisar una aislada torre de apartamentos, delgada como un plato. Estaba oscureciendo, así que dirigió sus pasos hacia el edificio, la señal de luz, que no de vida, más próxima, con la esperanza de obtener alguna información sobre Charlotte.
Franqueó la entrada y la detuvo el portero.

--Estoy buscando a una persona -dijo con nerviosismo.
El hombre la miró de arriba abajo y luego reparo en su camiseta de Demned¹. Damen se la había llevado al hospital para que se la pusiera con ocasión de su “viajecito”.
--Es un grupo de música -aclaró ella, convencida que no era el momento ni el lugar idóneos para correr riesgos.
--¿A quién? -fue la cortante respuesta de él.

--¿A Charlotte Usher? -dijo ella con tono acobardado, medio esperando que el portero la echara de allí con cajas destempladas.
El tipo levantó la vista hacia la videocámara que vigilaba la entrada como buscando una respuesta, y la luz roja parpadeó una vez.
--Diecisiete -dijo señalando el ascensor con un ademán.
De pronto cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba ni de quién era el tipo aquel de la puerta. Tal vez estuviese resultando demasiado sencillo. ¿No la había advertido la señorita Pierce de que no había garantías cuando se tomaba una Decisión Anticipada? Tal vez no estuviera predestinada a salvar a Petula o a sí misma… Tal vez estuviera predestinada a convertirse en el aperitivo de algún malvado juez de reality show de proporciones gigantescas. Diecisiete plantas, nada menos.
Damen hojeaba la revista, alzando los ojos hacia Scarlet y Petula a intervalos regulares. Observaba los monitores, dispuesto a alertar a las enfermeras o a los médicos si percibía algún cambio, ya fuera para bien o para mal, antes que se dispararan las alarmas. Afortunadamente, pensó, las dos chicas permanecían desde hacía un día más o menos, sin que hubiese sido necesaria una intervención de urgencias. Lo que suponía todo un alivio para él y para Kiki Kensington, a la que telefoneaba para tranquilizarla cada pocas horas.
Se rascó su desacostumbrada barba incipiente, dejó la revista y cogió la mano de Scarlet, que colgaba entre los barrotes de la barandilla de la cama.
--¡Adelante! -vociferó Charlotte cuando oyó unos débiles golpecitos en la puerta. Era casi imposible oír, pero Charlotte, curiosamente, sí que podía. No había recibido ninguna visita todavía, y la perspectiva de que, tal vez, Pam, Prue, DJ, Jerry, cualquiera de sus amigos, se pasasen a verla era de lo más emocionante.

La puerta se abrió despacio y divisó una mano que se asomaba al interior. Era una mano pálida y las uñas estaban pintadas con esmalte de color oscuro. Conocía aquellos dedos como si fueran los suyos. Charlotte se quedó sin habla.

--¿Qué? ¿Qué pasa? -preguntó Maddy, la cual no había visto jamás a Charlotte quedarse sin palabras.
--¿Es la muerte en persona? -consiguió balbucear Charlotte sin quitar los ojos de la puerta, dejando a Maddy completamente perpleja.
La puerta se abrió otro poco con un crujido y la mano se adentró en el interior otro tanto.
--No, ni tampoco un vampiro -dijo Scarlet abriendo la puerta de par en par.

Charlotte su quedó plantada donde estaba, paralizada y muda ante aquella visión. No podía creer lo que veían sus ojos, o más bien su corazón el que no la dejaba tener fe en sus ojos.

--¡Scarlet!

--¡Charlotte!
Sin mediar otra palabra, caminaron una al encuentro de otra y, después de mirarse a los ojos, se fundieron en un abrazo. Fue como si volviesen a intentar la posesión, aunque esta vez se aferraban mutuamente como si les fuera la vida en ello.
--Te echaba de menos -dijo Scarlet abrazándola muy fuerte.

--No tienes ni idea -dijo Charlotte, consiguiendo apenas liberar una mano del abrazo de oso de Scarlet para retirarle de la cara los largos mechones de su inconfundible flequillo negro escalonado.
--No has cambiado nada.
me puedo creer que estés aquí.
Charlotte quería ponerse a saltar en la como una colegiala, pero se contuvo por respeto a Scarlet, y porque Maddy las observaba.
--Yo tampoco -dijo Scarlet repasando en su cabeza la ristra de arriesgadas decisiones que la habían llevado hasta allí.
--¿Por qué…? Es decir, ¿cómo es que está aquí? -tartamudeó reuniendo el valor suficiente para preguntar.
--Soy Maddy -dijo Matilda, tendiendo la mano a forma de presentación--. Tú debes ser Scarlet.
Scarlet le tendió la suya sin demasiado entusiasmo. Le llamó la atención algo en su voz, como si ya la hubiese escuchado antes, pero Scarlet no podía situarla del todo.
--No te preocupes -dijo Charlotte detectando el reparo de Scarlet-

--Sabe quién eres porque le hablado de ti -añadió Charlotte, tratando de restar tensión al momento.
--No te preocupes, sólo me ha contado cosas buenas -dijo Maddy con una risita nerviosa, dejando a Scarlet preguntándose por que no iba a ser así.

Charlotte reparó en la expresión de asombro del rostro de Maddy. Parecía más preocupada que amenazada por la llegada de Scarlet.

--¿Así que esto es el paraíso, eh? -dijo Scarlet rozando a Maddy al pasar para contemplar el nuevo hogar de Charlotte.
--¿Scarlet? -preguntó Charlotte, temiéndose qué ésta hubiese sufrido algún daño--. ¿Estás…?

--Estoy aquí de manera voluntaria -respondió Scarlet.

A Charlotte le alivió momentáneamente escuchar aquello.
Estaba feliz de ver a Scarlet, pero también por completo confundida.

--¿Suicidio, eh? -dijo Maddy entre dientes, mirando de arriba abajo el atuendo de Scarlet.
No estoy muerta -dijo Scarlet, que se imaginó clavando alfileres invisibles a Maddy, como si de una muñeca vudú sobrenatural se tratase--. Al menos no todavía, espero.

--¿Por qué, entonces? -Charlotte empezaba a caer en la cuenta del evidente riesgo que Scarlet había decidido correr.

--Para encontrarte -confesó Scarlet--. Eres la única que puede ayudarme.
--¿Le pasa algo a Damen? -preguntó Charlotte, dudando si realmente quería escuchar la respuesta.

--No -dijo Scarlet, reparando en la añoranza que reflejaban los ojos de Charlotte--. Es Petula -respondió dejando que la cruda realidad brotara de sus labios por primera vez--. Se… muere.

Las palabras de Scarlet cayeron sobre Charlotte como los ladrillos sueltos de un alto edificio. Mientras vivía, Petula había sido la heroína de Charlotte, y se supone que lo héroes son invencibles. Charlotte había sido desdichada toda su vida, y su propio destino, por triste que fuera, no era sino una parte de esa mala racha. Petula, por el
contrario, era una ganadora, y a los ganadores nunca les pasaba nada malo. El estado de Petula le preocupó, pero Charlotte se encontró con que le inquietaba más la decisión de Scarlet de cruzar al otro lado.
--¿Cómo has llegado hasta aquí? -preguntó fríamente, con mucha más calma de la que sentía.

--Hice el conjuro yo sola -empezó Scarlet--, recordando nuestra primera vez, recordándote…
--Si tú estás aquí -empezó--, ¿dónde está el resto de ti?

--En el hospital -contestó Scarlet tímidamente--. Supongo.
--¿Cómo que lo supones?

--Damen intentó detenerme -explicó Scarlet--, pero ya sabes cómo soy.
Charlotte sabía de sobra cómo era. No le costó imaginarse a Damen planteando sus
dudas y a Scarlet ignorándole por completo. Su furia, no obstante, se disipó en un abrir y cerrar de ojos, para dar paso a un sentimiento de profundo respeto hacia el deseo de Scarlet de arriesgar su vida para salvar a su hermana, a pesar de su tempestuosa relación, y sintió que era compromiso suyo salvarlas a ambas.

12. Muere joven, consérvate guapa

Atrapadas en la oficina de altas médicas, Petula y Virginia, para bien o para mal, empezaban a trabar conocimiento la una de la otra.
-Envejecer no es nada malo -susurró Virginia inclinándose hacia Petula.

-Tampoco es nada bueno -dijo Petula con un gesto de asco, como si su perro se acabase de cagar en la cocina - Se te arruga y se te cae todo.
-Hay mucha gente que se sentirá afortunada si pudiese envejecer -dijo Virginia casi sombríamente -. Es un regalo.

Petula le clavó una mirada penetrante. La ingenuidad de aquella pequeña sabihonda le hacía hervir la sangre, pero se contuvo al ocurrírsele que, tal vez, había topado accidentalmente con un momento de su vida en el que ejercer de veras su magisterio. Con las Wendys y las otras chicas del instituto ejercía de icono más que nada, era el modelo a seguir. Imponía su liderazgo dando ejemplo. En cuanto a Scarlet, bueno, con ella no tenía nada que hacer. Pero la de ahora se presentaba como una oportunidad para impartir su sabiduría, para inculcar su particular filosofía a toda una nueva generación, y para cuya consecución se valdría de la pequeña Virginia como mensajera.

-No, es trágico. La juventud sí que es un regalo -arguyó Petula, admirando su cuerpo serrano -. Pregúntale a cualquier persona mayor.

-Qué intolerante -replicó Virginia dando muestras de una madurez sorprendente -. ¿Y qué hay de la sabiduría?
-Prefiero estar buena a ser sabia -dijo Petula -. No quiero convertirme en una de esas personas que recuerdan los días de su juventud cono sus días de gloria.

-No todo el mundo es tan infeliz consigo mismo -contestó Virginia -. Hablas por hablar.
-Pues no me creas si no quieres -espetó Petula con indiferencia -. Sólo tienes que leer los sondeos de los folletos de supermercado.
Yo también he leído las encuestas -respondió Virginia -. Como una que preguntaba a la gente qué cambiaría en sus hábitos si le quedasen tan sólo unos meses de vida.
-¿Y? -preguntó Petula, disimulando su curiosidad.

-Pues nada -dijo Virginia -. La mayoría de la gente no cambiaría nada. Nada de irse de compras por la Quinta Avenida, ni de crucero alrededor del mundo ni someterse a cirugía plástica.
-No me extraña -dijo Petula con frialdad.

Virginia pareció sorprendida y pensó que tal vez había conseguido socavar mínimamente la resistencia de Petula.
-No tendría sentido -explicó Petula -. La hinchazón apenas habría desaparecido a los seis meses.

Decir que Virginia estaba exasperada es poco, aunque cabe reconocer que empezaba a admirar la coherencia de Petula.

-¿Y qué me dices de cambiar solamente quién eres? -insistió Virginia como último recurso de argumentación -. Por dentro.
-La mejor manera de cambiar quién eres -contestó Petula de forma tajante -es recurriendo al Photoshop.
Ya verás, vas a ser una de esas quiero-y-no-puedo que merodean por el centro comercial tratando de encajarse ropa de talla infantil con el logotipo de tu tienda favorita impreso de un lado a otro de tu culo de mediana edad -dijo Virginia con inquebrantable confianza en sí misma.
-¿No te has fijado nunc en los pies de la gente mayor? -preguntó ofreciendo una visión sorprendente -. ¿También quieres eso?

-Mira quién fue a hablar -contraatacó Virginia, bajando la vista hacia el dedo gordo y la chapucera pedicura de Petula.

-Lo que digo -recalcó Petula -es que nadie va por ahí buscando la Fuente de la Vejez.

-Si haces que tu vida gire en torno a la apariencia física, entonces sí, reconozco que tienes razón -dijo Virginia insidiosamente -.
Todo el mundo hace girar su vida en torno a la apariencia física -replicó Petula -. Ya sea sacando provecho de su propio atractivo para conseguir lo que desea o bien haciendo dinero para rodearse de gente atractiva. Nadie quiere ser feo ni viejo. La vida es una pasarela.

-No hace falta que me lo cuentes -murmuró Virginia.
-La gente prefiere que se la envidie a que se la respete -prosiguió Petula -. Quiere
acaparar la atención, por cualquier motivo, ya sea bueno o malo, y hará cualquier cosa para conseguirlo.

-O exprimirá la vida de otro para conseguirlo -dijo Virginia de forma críptica.
-Oh, por favor, no me vengas ahora haciéndote la víctima y echándome la culpa de tu desgraciada vida a tu malvada madre manipuladora -escupió Petula sin compasión -. ¡Toda esa comedura de coco es como un falso positivo en un test genérico de embarazo!
-¿Eh? -dijo Virginia, que no tenía ni idea de qué estaba diciendo Petula.

-Cuando te da positivo la primera vez, te disgustas y vas llorando con tus penas a tus
amigas -le aclaró Petula -. Luego te lo vuelves a hacer y te da negativo. Te quedas de lo más aliviada, pero en el fondo te llevas un chasco.
-Tú sigue, no te cortes -dijo Virginia sarcásticamente.
-Desprecias toda esa historia de los concursos de belleza porque te obligaron a hacerlo y porque ahora lo tienes superado y no sé qué chorradas más -continuó Petula, resumiendo -. Pero una vez te presentaban, la gente empezaba a aplaudir y querías ganar, ¿a que sí?

-Pues claro, todo el mundo prefiere ganar. Es así como nos educan -dijo Virginia -. De lo que se trata es de conseguir la recompensa.
-¿Y por qué se te recompensaba? -preguntó Petula interrumpiéndola -. Pues por tu aspecto. Por tu juventud.

-Qué asco.
-Así es la vida -sentenció Petula-. Uno tiene que afrontar las cosas como son y no aferrarse a cómo desearía que fueran. A veces, Virginia -sermoneó -, no queda más remedio que aceptar la realidad.

-Ya, pero sigo pensando que la vejez es un regalo -dijo Virginia, resistiéndose a dar su brazo a torcer.

-¿Ah, sí? Pues espero que sea un regalo con derecho a devolución -bromeó Petula.
Las dos amigas apenas si habían dejado de hablar desde la llegada de Scarlet y estaban acurrucadas en la litera de Charlotte, al más puro estilo hoy-duermo-en-casa-de-mi-mejor-amiga, charla que te charla, esperando a que amaneciera. Maddy se había tapado la cabeza con una almohada, pero ni aun así logró ahogar por completo el sonido de sus voces.

-Es increíble por lo que has pasado para llegar hasta aquí -dijo Charlotte maravillada.
-Bueno, supongo que se podría decir que me moría por verte -bromeó Scarlet, tan amante del humor negro.

-¿Has estado en Muertología?
-Sí, pero era una clase completamente diferente, con otros alumnos y otro profesor -explicó Scarlet -. Nadie sabía quién eras.
-¿En serio? -preguntó Charlotte un tanto decepcionada.

-Pero les hablé de ti.
-Esos chicos y chicas se portaron muy bien conmigo. Me hizo sentir mal tener que arrastrarlos en toda esta historia -confesó Scarlet.

-Por lo que parece, no lo suficientemente mal -añadió Maddy.

-Pero estaba claro que no me podía quedar -continuó Scarlet, ignorando la puya proveniente de la litera de abajo -. Tenía tanto miedo de quedarme atrapada allí.

-Vamos -interrumpió Maddy -, que te echaron a patadas como a quien se cuela en una fiesta.
-No -dijo Scarlet -. Hice una solicitud de Decisión Anticipada y aquí estoy.

-Muy astuta -dijo Charlotte, alabando el desparpajo con el que Scarlet se movía en el mundo de los espíritus.
-¿Me estás diciendo que te aceptaron? -preguntó Maddy con cierta envidia.

-Sí -dijo Scarlet con orgullo -. Estoy graduada, igual que vosotras, salvo que no estoy muerta ni nada de eso.
-Y yo sólo he conseguido esta crutez de camiseta -murmuró Maddy.
-¿Y qué me dices de Hawthorne? -preguntó Charlotte con vehemencia -. ¿Se acuerda allí alguien de mí?
-Al principio fue un poco raro -explicó Scarlet -. Nadie quería reconocer que había pasado realmente.
-Mejor ser un famoso venido a menos -agregó Charlotte -que un quiero y no puedo.

-Pero entonces- Scarlet hizo una pausa para dar más efecto a sus palabras -, colocaron tu necrológica en la vitrina del vestíbulo, al lado de los alumnos distinguidos, delegados de clase, antiguas reinas del Baile de Bienvenida, deportistas seleccionados para representar al Estado, geeks de la Feria de Ciencias y otras criaturas repugnantes.

-Viniendo de ti -se rió Charlotte -, me lo tomaré como un cumplido.
Charlotte estaba que no cabía en sí de gozo con la noticia de su póstuma fama, mientras Scarlet seguía dale que te dale contándole cómo personas que ni siquiera la habían conocido contaban su historia con cariño y familiaridad.
Hasta hubo un estudiante que creyó ver tu imagen grabada en uno de esos rollitos que nos dan para el almuerzo en el comedor -se rió Scarlet -. Salió en el periódico del instituto.
Es la primera vez que estamos juntas en tu habitación - señaló Scarlet con nostalgia a la vez que se sentía más próxima a la muerte que nunca.

-Nuestra habitación - la corrigió Maddy con acritud.
-No te preocupes -la tranquilizó Charlotte con una sonrisa -. Sólo estás de visita.
Damen está sentado en esa habitación, esperando -dijo Scarlet angustiada -. Esperando su… mi… regreso.
-Entonces será mejor que te pongas en marcha -sugirió Maddy.

-Scarlet, ¿todo esto lo haces por Petula…? -Preguntó Charlotte -, ¿… o por Damen?
-No, bueno, no sé, podría ser -dijo Scarlet de forma esquiva, pues ni ella misma conocía la respuesta -. No ha pasado mucho por casa desde que empezó las clases, y ahora aparece de pronto, coincidiendo con el grave estado de Petula.

-Pues sí que da que pensar -intervino Maddy.
-Dice que es porque quería llevarme al Baile de Bienvenida -explicó Scarlet un poco a la defensiva.

-¿El baile de bienvenida? -caviló Charlotte en voz alta, haciendo grandes esfuerzos para impedir que en su mente volvieran a rondar las vanas ilusiones de antaño.

-Últimamente no conectamos tanto como solíamos - se quejó Scarlet, mostrándose a los ojos de Charlotte con una vulnerabilidad desconocida -. Es como si viviéramos en dos mundos aparte.
-¿Te llama por teléfono? -preguntó Charlotte con curiosidad.

-Sí, claro, pero no es suficiente, ¿sabes?
-¿Y sabe él cómo te sientes?

-No. Y tampoco sé realmente cómo se siente él -dijo Scarlet con evidentes signos de frustración.
-El amor es un campo de batalla -interfirió Maddy sin poder contenerse.
Charlotte apuntaba a otra cosa. Recuperar a Petula, salvar su vida, volvería a centrar la atención de Damen en Scarlet por completo. Y eso era algo que se resistía a hacer, sobre todo delante de Maddy.
-Francamente -dijo Scarlet de manera poco convincente -, me parece que sólo quiero recuperar a Petula para que vuelva a convenir mi vida en un infierno.
Charlotte sonrió. Podía ver a través de los mecanismos de defensa de Scarlet y leer directamente lo que decía su corazón.
-Todo esto es tan extraño, ¿verdad? -dijo Scarlet, abarcando con la mirada cuanto la rodeaba y el rostro amable que tenía delante -. Que yo esté aquí.
Maddy, actuando como la voz de la razón, se coló de nuevo en la cálida y confusa escena.
-Aquí no hace más que perder el tiempo, Charlotte -advirtió Maddy -. No puedes ayudarla.
-¿Y tú qué sabes? -replicó Charlotte en un tono sorprendentemente cortante -. Tal vez esté aquí por alguna razón. Tal vez sea éste mi reencuentro.

Maddy se limitó a poner los ojos en blanco. Charlotte también sabía que no era así, pero se permitió un momento de egoísmo dada las circunstancias.
-Si permanece aquí más tiempo, es probable que lo acabe siendo -dijo Maddy, recordándole fríamente que el tiempo no corría precisamente a favor de Scarlet.
Creo que ella debería marcharse -le dijo Maddy a Charlotte de modo tajante, luego se volvió y se dirigió a Scarlet directamente -: No es nada personal, Scarlet, pero Petula no está aquí todavía, y éste tampoco es su sitio. Todavía.
Has dicho que estaba en coma? -preguntó Charlotte, ignorando a Maddy.

-Sí.
- Bueno, pues si no está muerta del todo -especuló Charlotte -, tal vez se encuentre en algún lugar fuera del campus, ya sabes, en una oficina de ingreso, como la del… ¿hospital?

-Menuda tontería -reprobó Maddy -. Morirse no es como esperar turno en un partido de kickball.

-A decir verdad -dijo Charlotte -, se parece mucho a eso.

Maddy se quedó completamente perpleja, pero la expresión de aprobación que adquirió el rostro de Scarlet fue instantáneo. Muertología, la película de orientación, toda la metáfora aquella sobre Bill y Butch, las habilidades especiales y el kickball. Se le ocurrió pensar que era curioso que Maddy no hubiese pasado por eso también. Todo el mundo debía ver la película una y otra vez.
-Tenemos que salir del campus -continuó Charlotte.

-Genial. ¿Cómo? -preguntó Scarlet, ansiosa por coger la puerta e irse ya.

-Charlotte, no puedes volver al mundo de los vivos así por las buenas -la previno Maddy con urgencia -. Ahora tienes un empleo, responsabilidades en la plataforma telefónica.

-Te refieres a que podría perderme una de esas llamadas que nunca recibo -dijo Charlotte con sarcasmo, pero entendiendo, no obstante, que las consecuencias de aventurarse a lo desconocido podían ser muy peligrosas -. Estoy convencida de que puedes atenderlas por mí.

-No quiero que hagas nada que pueda perjudicarte -dijo Scarlet sintiéndose culpable y esperanzada a la vez ante la perspectiva de poder dar finalmente con la solución -. Tú señálame el camino y yo seguiré sola.
-No. Nuestra labor es ayudar a adolescentes con problemas, ¿no es así? -dijo Charlotte tajantemente, mirando a Maddy -. Tú eres una adolescente con problemas y yo voy a ayudarte.
-¿Es qué no te acuerdas de todo lo que hemos hablado sobre las buenas obras? -Dijo Maddy fuera de sí, cogiendo a Charlotte de sus escuálidos hombros en un desesperado último intento por hacerla entrar en razón -. ¿De lo inútiles que resultan? ¿De la pérdida de tiempo que suponen?

-Sí, y también recuerdo haberte dicho que haría cualquier cosa por Scarlet -dijo
Charlotte con firmeza, mirando a Maddy a los ojos -. Scarlet necesita que la acompañe.

-Y yo necesito que te quedes -agregó Maddy.

A Charlotte le costó un poco procesar lo de que la “necesitaba”, por no decir que la irritó bastante. En otras circunstancias, habría disfrutado escuchando a Maddy reconocer de aquella manera su vulnerabilidad, los celos que aparentemente le causaba la visita de Scarlet, pero no era eso lo que acababa de suceder.
-Y yo necesito que no te metas en mis asuntos -espetó Scarlet

-¿Por qué no te apuntas? -sugirió Charlotte -. Podrías sernos de ayuda.

-Lo siento, Charlotte -dijo Maddy -, pero no pienso arriesgarlo todo yéndome, y tú tampoco deberías.

Scarlet se limitó a fruncir el ceño como si ya se lo esperase. Maddy no le parecía la clase de persona que se sacrificaría por cualquier razón.
-Nadie ha dicho nunca que no nos podamos ir -contestó Charlotte de mala manera -. Al menos no técnicamente.

En ese instante sonó el teléfono del apartamento, y Maddy, haciendo gala de las
habilidades adquiridas en la plataforma, se abalanzó hacia el aparato para contestar.
Volvió la espalda a las chicas y asintió unas cuantas veces, pero ni Charlotte ni Scarlet lograron oír una sola palabra de lo que decía. Es más, no se enteraron de que la conversación había acabado hasta que Maddy colgó el auricular y se volvió con una expresión mucho más alegre cubriéndole el rostro.
-Oye, Charlotte, ¿tienes un momento? -Preguntó a la vez que la agarraba de su
esquelética muñeca y la arrastraba al otro extremo de la habitación -. Verás, al principio pensaba que esta historia era una mala idea, con tanta carga de trabajo como tienes y eso
-pió Maddy -, pero sé lo triste que has estado, y regresar, bueno, ya sabes, quizá tenga sentido para ti -continuó Maddy -. Lo que quiero decir es que esa hermana tan perfecta y popular de Scarlet está ahí tumbada, vulnerable y vacía, y tú eres probablemente la única que puede ayudarla en este momento.

-Entonces, ¿vas a ayudarme? ¿Lo dices en serio? -preguntó Charlotte.
-Para eso están las amigas, ¿no? -afirmó Maddy, y dio media vuelta y sonrió a Scarlet de oreja a oreja.

ME PARECE UNA GRAN HISTORIA Y CADA VEZ ESTA MAS ENTRETENIDA AHORA QUE sCARLET A ENCONTRADO A CHARLOTTE.

LA RELACIONO CON MI VIDA EN QUE ME E PREOCUPADO POR MIS FAMILIARES ASI COMO SCARLET DE PETULA Y QUE SIEMPRE TIENES AMIGOS CON QUIEN CONTAR EN ESTOS CASOS.

lunes, 5 de abril de 2010

capitulos 7, 8 y 9

Capitulo
7. Imitación de la vida

Petula despertó lentamente. Creyó haber oído una voz masculina que la llamaba, pero al abrir los ojos estaba completamente sola. Su cabeza descansaba sobre una almohada y se llevó la mano a la cara, para comprobar si la grava había dejado su impronta en la mejilla. Era lo último que recordaba antes de haberse quedado dormida.Medio atontada todavía, guiño los ojos varias veces para sacarse el sueño, bajó la mirada y pasó a evaluar como hacía a diario, sólo para comprobar que continuaba con el mismo cuerpazo que el día anterior. Realzaba los mejores rasgos de su cuerpo, en particular el culo, que quedaba prácticamente al aire.
Pero aquella graciosa prenda que llevaba tapaba ese contratiempo anatómico menor y remarcaba lo que tenía que remarcar. Sus piernas, que se prolongaban vertiginosamente -hasta los pies, claro-. Sus pies. La fuente del drama del día anterior de pronto arrasó sus pensamientos.
-Zorra -dijo, guiñando los ojos durante un segundo para fijar la vista en los dedos de sus pies y la pedicura inacabada.
Tras dedicar ese pequeño improperio a la técnica de uñas, Petula se despertó del todo, o lo suficiente, al menos, para caer en cuenta de que no estaba en su cama.
Se incorporó, miró a su alrededor y descolgó las piernas por el lateral de la cama, que ahora pudo reconocer como una cama de hospital gracias a su voluntariadoobligatorio en un geriátrico.
-¿Qué hice o con quién me lo hice anoche? -se preguntó, más con curiosidad que con temor. No pudo recordar mucho de la cita con Josh, pero lo poco que sí recordaba no merecía el gasto de neuronas que le había costado traerlo a la memoria. Se acordó, de pronto, de que se había mareado y vomitado.
Se auto convenció de que él debía de haberle puesto alguna clase de droga para violaciones.
«Pervertido», pensó.
Se acerco al borde de la cama, hasta que sus pies tocaron el suelo, y al hacerlo sintió un pinchazo. No es que se le pudiera llamar dolor, exactamente, pero sí era lo bastante desagradable como para notarlo. Cojeando un poco, cruzó la habitación vacía hasta la puerta y salió al pasillo.
-¿Hay alguien? -gritó Petula, y el eco de su voz resonó levemente desde el fondo del pasillo-. ¿Eo? ¿Eo? ¡Eo!
Por último, llamó -¿Hola?²- con desprecio. No hubo respuesta.
Se acercó renqueando al control de enfermeras, el cual encontró también desierto.
-¡No cabe duda de que este país necesita una reforma del sistema sanitario! -gruñó. Pasillo adelante vio una fría luz blanca que salía de una oficina.
-Gracias a Dios -dijo Petula aliviada, y se encaminó hacia el resplandor.
Al llegar a la altura de la puerta trató de mirar al interior, pero la luz brotaba desde la oficina al pasillo en penumbra con tal intensidad que le dañaba la vista. Molesta pero sin darse por vencida, Petula abrió la puerta de un empujón y pasó dentro haciendo alarde de su característico mal humor.
-¿Hola? -llamó Petula con voz repelente-. Vengo a que me den el alta.
Su saludo rebotó contra las paredes, el techo y el suelo. La oficina estaba tan desierta como los pasillos y su habitación del hospital. Pero no es sólo que no hubiera nadie, es que tampoco había nada. Ni revistas, ni folletos informativos ni documentos administrativos de ninguna clase. El lugar estaba tan desnudo como su trasero, con la salvedad de una mesa con una campanilla, una silla al fondo de la habitación y un banco que recorría la pared lateral bajo las ventanas. En la puerta del fondo se podía leer en un cartel SÓLO PERONAL AUTORIZADO.
-¡Eh! -volvió a gritar, tocando repetidas veces la campanilla de la mesa-. De verdad, hoy no tengo tiempo para esto.

2. En castellano en el original. (N. de la T.)
Petula no estaba acostumbrada a esperar ni a que no la atendieran al instante. Dio media vuelta para salir por donde había entrado y reparó en otro cartel que colgaba del plomo de la puerta.
SU TIEMPO ES IMPORTANTE PARA NOSOTROS, leyó. SI NO HA SIDO
ATENDIDO EN ---- MINUTOS, ROGAMOS LO NOTIFIQUE EN RECEPCIÓN.
El número de minutos que debía esperar no aparecía especificado en una de esas pequeñas esferas de reloj con manillas de plástico. No obstante, la reconfortó saber que alguien atendía la sala y que más pronto que tarde podría reanudar su agenda del día. «Buena señal», pensó Petula, que no pretendía
hacer un juego de palabras. Algo más tranquila se dirigió al banco y tomó asiento.
Petula se llevó la mano a la altura de la cara y, estirando el brazo cuan largo era, examinó su manicura de esmalte transparente, tan expertamente acabada, a diferencia de su trágica pedicura. Reparó en su imagen reflejada en las uñas y decidió emplear ese tiempo de forma constructiva practicando poses. Separó los dedos al máximo para obtener el mayor número posible de ángulos, consiguiendo una perspectiva un tanto distinta de sí misma en cada uno de ellos. No es que fuera el espejo de cuerpo entero de su dormitorio, pero dada las circunstancias más valía eso que nada. -Instantánea glamour -dijo volviendo con brusquedad el perfil hacia su mano extendida.
Llegó a practicar incluso la pose modesta y lacrimógena que requería, sin duda, su más que cantaba coronación como reina del Baile de Bienvenida. Después de la humillación que había tenido que soportar el año previo en el Baile de Otoño, esa coronación, delante de todo el instituto, sería una dulce venganza.
El recuerdo de la pequeña «crisis psicótica» que sufriera entonces pasaría a la historia tan pronto colocaran la corona sobre su dorada cabellera, que era el lugar que le correspondía, al menos según ella.
-Lo que no mata… -filosofó golpeando el pie contra el suelo para mayor efecto-. ¡Ayyyy!
El dolor ascendió por su pierna antes de que pudiera rematar su sentencia estimulante.
Justo en ese momento, la puerta principal de la oficina se entreabrió muy despacio.
-Joder, ya era hora -vociferó Petula, sintiéndose más aliviada que nunca por la compañía. La puerta de la oficina se abrió por completo, pero Petula seguía sin ver quién era el que entraba.
Vio entrar una pierna, vacilante. Sin duda pertenecía a una persona bajita. Pero era una niña. Asomó la cabeza con cautela, mirando primero de un lado y luego al otro antes de entrar, tal y como le habrían enseñado que tenía que hacer antes de cruzar la calle.
-¿Dónde estoy? -preguntó la niña, franqueando la entrada del todo y dejando que la puerta se cerrara poco a poco a su espalda.
Viniendo de una persona tan pequeña, pensó Petula, era toda una pregunta, y ella no tenía ni la más remota idea de cómo responderla correctamente por el momento.
-¿Y tú eres…? -preguntó Petula con recelo a la confundida niña.
-Me llamo Virginia Johnson -contestó la niña, igual de recelosa-. ¿Y tú como te llamas? Petula permaneció muda de asombro durante un segundo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tuvo que presentarse a alguien, pero el momento era tan bueno como cualquier otro para hacer una excepción. -Yo soy Petula Kensington -anunció de forma arrogante, con un tono que uno o dos siglos antes habría garantizado una referencia-. Encantada de conocerme.
-Deja que adivine -dijo Virginia mirando a Petula de arriba abajo-, eres animadora.
-¿Cómo lo has sabido? -preguntó Petula muy orgullosa.
-Por los humos y… -soltó Virginia, ladeando levemente el cuello para obtener una
mejor vista lateral del camisón abierto de Petula-… ese culo gordo.
La impertinencia de la niña también hizo que se acordara de Scarlet, y de todos aquellos largos viajes en coche que habían compartido juntas en las vacaciones de verano, antes del divorcio. No había vuelto a acordarse de aquellos tiempos desde hacía mucho. Por entonces se pasaba casi todo el día peleándose, sí, aunque no el día entero. También se divertían juntas.
-¿Te parece gracioso? -la pinchó Virginia.
-¿Qué? -dijo Petula distraídamente antes de recomponerse-. Oh, ah… no, es sólo que me has recordado a alguien, nada más.

*******

Acabadas las compras, las Wendys volvieron al hospital de Petula, se diría que para acompañar a la enferma, o para ser más exactos, rondar a la víctima, y para su sorpresa se encontraron a Scarlet, que yacía igualmente exánime en la cama de al lado. La doctora Patrick estaba en la habitación, haciendo la visita nocturna. Por todas partes había evidencias de la conmoción: el lugar estaba sembrado de tubos, jeringuillas, esparadrapo, gasas y monitores de todo tipo, restos de la batalla del equipo de cardiología por estabilizar a Scarlet.
-¿Es que por fin ha visto la luz y ha intentado suicidarse? -dijo Wendy Anderson con desdén.
-Míralas -dijo Wendy Thomas ante la visión de Scarlet tumbada en una cama junto a Petula-. El botín y la bestia.
-¡Qué poca personalidad! -espetó Wendy Anderson.
-Ya ves -corroboró Wendy Thomas fríamente-, no solo le quita el novio sino que va y también le roba el protagonismo de su coma.
Las dos chicas se volvieron de repente cuando Damen entró en la habitación. Estaba
hacho un cromo, arrugado, desaliñado, con los ojos enrojecidos, y parecía cansado y preocupado.
-¿Qué diablos ha pasado? -preguntó Wendy Thomas, más furiosa que preocupada. Damen no se molestó en responder.
-Cabe la posibilidad de que Scarlet haya caído en un coma autoinducido, propiciado por un estrés extremo -dijo la doctora Patrick-. Podría ser psicosomático.
-Yo más bien la llamaría psicópata -agregó Wendy Thomas.
-A veces es difícil soportar ver a la hermana que quieres tumbada ahí, medio muerta -dijo la doctora Patrick.
Wendy Anderson no pudo aguantarse la carcajada, y el Red Bull que se estaba tomando le salió disparado por la nariz. La idea de que Petula pudiera significar tanto para Scarlet era más de lo que sus mentes podían procesar.
En ese preciso instante, saltó la alarma del monitor cardiorrespiratorio de Scarlet, que ahora mostraba claros signos de estar sufriendo alguna clase de crisis aguda.
-Salgan todos -ordenó la doctora Patrick a la vez que pulsaba el botón de aviso para el equipo de reanimación-. ¡Enseguida!

Capitulo 8
8. De nuevo en tu cabeza

Maddy y los demás estaban pegados a sus teléfonos, de modo que Charlotte decidió irse por su cuenta. Al cruzar el patio que separaba el complejo de oficinas de la residencia del campus, observó las vallas que rodeaban los barracones. No había reparado antes en ellas porque por el camino siempre estaba ocupada charlando con Maddy.
La liberación se estaba convirtiendo en un concepto cada vez más importante para
Charlotte. Últimamente, su existencia se había tornado tan insoportable que había
empezado a evocar con cariño su vida -una vida marcada sobre todo por la inseguridad y el aislamiento-. Es más, desde la llamada aquella que no llegó a responder, no podía dejar de pensar en Scarlet, Petula y Damen y lo que pudo haber sido, y en su familia y lo que nunca fue. Más que nada pensaba en lo que nunca sería. Maddy lo había dicho. Se quedarían en los diecisiete para siempre.
La idea podía tener su atractivo para las mamis objeto de los reality showsque se pasaban la vida entre inyecciones de Botox, liposucciones, implantes y desintoxicaciones para competir en secreto por los novios de sus hijas, pero no para Charlotte, a quien la idea le resultaba cada vez mDe niña, recordó, paseaba por el cementerio observando las fechas de nacimiento y defunción de todas las lápidas, pensando en la gente que estaba allí enterrada. Hacía la resta y calculaba los años que había vivido cada persona, lo que habían visto y lo que se habían perdido. La electricidad, los vuelos al espacio, los derechos civiles, la televisión por cable, Internet, Starbucks. ás deprimente.
Algunos maridos habían muerto años antes que sus esposas, y vástagos antes que sus padres.
Al final, todos salvo unos pocos, muy pocos, acaban siendo olvidados, y Charlotte arrancaba con tremenda desventaja. Diecisiete años no es que fueran muchos para cimentar un legado, y mucho menos después de haber tenido una vida como la suya. Mientras seguía dándole vueltas en la cabeza a tan sombrío cálculo, se miró la manga y se dio cuenta de lo peor, de lo más horrible que tenía ser eternamente joven: vestiría la misma ropa para siempre.
La superficialidad de este pensamiento le recordó a las Wendys, y su deseo de estar viva la sacó de quicio tanto o más que un correo electrónico de una ex amiga.


***********
Charlotte se quitó los zapatos de mala manera tan pronto como entró en el apartamento, Pero el hecho de estar en casa no obró el efecto relajante que esperaba.
Era algo más que su antigua vida lo que ahora la atosigaba.
Después de todo lo que había hecho por los chicos y chicas de Muertología, de lo
mucho que había cambiado como persona, no acababa de entender por qué se seguía sintiendo tan excluida. Tan sola.
Maddy tenía razón, conjeturó, aun cuando no se lo hubiese dicho nunca a las claras. Charlotte volvía a tener un papel secundario, por no decir algo peor. Lo único que recibía ya de ellos eran gestos de lo ocupados que estaban. Sabía que andaban muy liados con todo el rollo ese de volver a reunirse con sus seres queridos y demás, y que las chicas en particular no miraban con buenos ojos su amistad con Maddy, pero ¿a quién tenía sino a ella? Además, al principio Scarlet tampoco es que hubiese sido de la devoción de Prue, recordó Charlotte, y Pam no había tenido reparo en darle la espalda por lo del episodio con la señorita Wacksel. Quizá estaban todos mostrándose tal cual eran, ahora que ya no la necesitaban más.
En ese instante entró Maddy con aspecto acalorado.
-¿Por qué no me has dicho que te ibas? -preguntó con nerviosismo-. Siempre volvemos a casa juntas.
-No quería molestarte.
-Tú nunca molestas, Chat -dijo Maddy de manera encantadora-. ¿Qué te ronda por la cabeza?
-Oh, nada.
-Puedes contármelo. Charlotte permaneció callada un segundo y luego decidió que confiaba lo suficiente en su amistad como para hablar sin tapujos.
-Echo de menos... todo -confesó-. De pronto me siento diferente. Pensaba que había
pasado página, que pasaba de ellos, que había cambiado por completo, pero ahora creo que todo eso no ha sido más que un gran autoengaño.
-¿Qué pasa, que el cielo no es todo lo maravilloso que dicen? ¿Es eso lo que intentas decir?
Ella no se lo había planteado así realmente, pero Maddy había dado en el clavo, otra vez. Nunca había contemplado la idea de que aquello fuese todo. El cielo no podía ser una plataforma telefónica, ¿no? .

**********
Charlotte se pasó un día más sin apartar la vista del teléfono de su mesa, tratando a la vez de abstraerse del parloteo de los demás becarios.
A ella también le encantaba hablar por teléfono: no iban por ahí los tiros. Lo que pasaba es que Kim estaba tan... segura de sí misma. Tan segura sobre qué estaba bien y qué estaba mal.
Charlotte ya lo había notado en el Baile de Otoño, justo antes de pasar todos al otro lado. Tal vez fuera ésa la razón de que no recibiera llamadas. ¿Cómo vas a ayudar a nadie si tu propia materia gris es una gran maraña gris?
Estaba atrapada en un estado de pubertad perpetua y en el interior de la misma ropa para siempre, y ¿qué obtenía a cambio de tanto sacrificio? La oportunidad de ayudar a otras personas, quizá, ¡si es que su teléfono sonaba, aunque fuera una vez!
Levantó la vista hacia la lente de la cámara y articuló despacio:
-¡AYÚDAME!

*********

Los pies de Damen rebotaban con nerviosismo contra el suelo mientras permanecía sentado en silencio en la serena habitación del hospital, colocado a mitad de camino entre Petula y Scarlet.
Los funestos pensamientos y la creciente desesperanza de la situación, sin embargo, eran territorio inexplorado para él, tanto mental como emocionalmente. Sobre todo emocionalmente.
Era capaz de plantarse en la línea de ataque y hacerle frente a una horda de placadores a la carga sin pestañear, y en cambio no podía afrontar sus propios sentimientos. Por eso era tan fácil salir con Petula. No requería profundizar. A ella la podía pasear de aquí para allá igual que a uno de sus trofeos deportivos, un premio destinado a suscitar la envidia de otros antes que a ser apreciado por él mismo. Pero la relación con Scarlet le había cambiado, o por lo menos había empezado a hacerlo. Se puso a pensar en todo lo que tenía que haberle dicho a Scarlet Cosas como lo mucho que ella le importaba, lo mucho que la echaba de menos. Lo mucho que la necesitaba. Cosas que ella necesitaba escuchar de boca de él. Desesperado, trató de alcanzarla de la única forma que sabía, a través de la música.
Extrajo su iPod, cargado de temas de grupos en los que ella le había iniciado y que, en su mayoría superaban con mucho cuanto él había escuchado jamás. Con sumo cuidado, le colocó los auriculares y, rememorando su primera cita juntos, giró la rueda hasta la pista que buscaba -Artista>Death for Cutie>Álbum>Plans>Tema>I Will Follow You into the Dark-, seleccionó la canción y pulsó el play.
. Quizá sí que se había mostrado en exceso preocupado por el estado de Petula, o puede que su expresión o el tono de su voz revelaran un inconsciente atisbo de afecto latente hacia ella, a pesar de sus sentimientos sinceros hacia Scarlet. Quizá era eso lo que había impulsado a Scarlet a dar el salto. Él quería ayudar a Petula, pero sólo lo hacía por Scarlet y nada más. ¿Cómo podía ella no haberse dado cuenta? ¿Acaso recuperar a Petula era la forma que tenía Scarlet de salvar a su hermana y su turbulenta relación?
Fuesen cuales fueran los motivos de Scarlet, Damen la necesitaba de vuelta. Y para que Scarlet regresara, era necesario que Petula lo hiciese también. Por muy desincronizados que hubiesen estado últimamente, lo cierto era que Scarlet y Damen se hallaban ahora en la misma sintonía. Ambos querían que Petula regresara.


Capitulo 9
El pájaro en el alambre

Scarlet no tenía ni idea de dónde podría encontrar a Charlotte, pero se sintió atraída, casi como una paloma mensajera, de regreso a Hawthorne High. De regreso a Muertología. ¿La razón? Una incógnita. Todos se habían ido, que ella supiera. Graduado. ¿A cuento de qué presentarse en un aula vacía? Pero algo tiraba de ella y siguió su instinto de vuelta al instituto.
Conforme recorría planeando el largo pasillo, vio que se confirmaban sus peores
miedos. El instituto estaba aparentemente vacío, pero antes de que el desaliento la
venciera por completo, oyó voces a lo lejos. Enfiló hacia el sonido y, en efecto, divisó una luz que emanaba de la última aula. Se detuvo junto a la puerta y espió el interior a través de la ventanilla.
“Tiene que ser aquí- pensó Scarlet-. Muertología”.
Volvió a asomarse, de forma más prolongada esta vez, con la esperanza de divisar aCharlotte o a alguien conocido.
-Pasa, pasa, quienquiera que seas- dijo la señorita Pierce alegremente.
Scarlet alargó la mano hacia el pulido pomo de latón y, no sin cierto esfuerzo, lo hizo girar hasta que cedió el cierre y consiguió abrir la pesada puerta.
Bienvenida. Te estábamos esperando, pero…- tartamudeó la señorita Pierce-. Me temo que no sé tu nombre, señorita.
-Eh, Scarlet, Scarlet Kensington, señora- contestó en un tono respetuoso desconocido en ella-. Pero no creo que m esperaran a mí.
-Pues claro que sí, Scarlet- le aseguró la señorita Pierce, haciendo énfasis en su nombre como para que se le quedara grabado en la memoria-. Y ahí tienes tu sitio, el último pupitre libre, al fondo. Scarlet intuyó el malentendido, pero antes de que pudiera decir esta boca es mía, la señorita Pierce le entregó un libro de texto, la cogió del brazo y la acompañó medio camino en dirección a su asiento. Conforme avanzaba entre las mesas, Scarlet iba mirando a izquierda y derecha y descubrió que no reconocía a nadie.
No era buena señal. Sin embargo, en lugar de protestar, decidió ser paciente y aguardar a que la clase hubiera concluido para hablarle a la señorita Pierce de su dilema.
Muy bien- continuó la señorita Pierce-, ahora que por fin estamos todos los que somos, revisaremos la película de orientación por última vez. Podéis seguir el texto en vuestros manuales de la Guía del Muerto Perfecto.
Se atenuó la luz y Scarlet se dedicó a ver la película por el rabillo de un ojo y a
escudriñar a sus compañeros de clase con el otro. Comprobó que definitivamente no reconocía a ninguno.
Luego se sobresaltó al sentir un golpecito en el hombro.
-Hola, Scarlet- dijo el chico sentado a su espalda cuando ella se giró para mirarle-. Soy Gary.
Qué tal, Gary- susurró Scarlet esforzándose por mirarle a los ojos, algo nada fácil debido a su postura-. Estoy buscando a una chica, se llama Charlotte Usher. ¿La conoces?
-No- contestó Gary en voz baja-, pero no llevo tanto tiempo como otros de la clase. Eh, Lisa- se dirigió con un susurro al otro lado del pasillo-. ¿Conoces a una tal Charlotte?
Nunca he oído hablar de ella- gruñó Lisa sin apenas romper el ritmo.
-Pues gracias de todas formas- dijo Scarlet con sarcasmo-. Supongo que está demasiado ocupada quemando grasa para decir nada, ¿eh?.
-No es que pueda decir mucho más- dijo Gary-. Murió mientras le hacían una liposucción chapuza en el cuello y tiene los músculos de la cara prácticamente paralizados.
Al fin de pasar el tiempo, se entretuvo echando un vistazo a los nombres que, inscritos en etiquetas identificativos prendidas al dedo gordo del pie de sus compañeros, alcanzaba a leer bajo el tenue resplandor del proyector. Estaban Polly, Tilly, Bianca y Andy, por nombrar unos pocos. Justo cuando Scarlet empezaba a especular sobre el cómo de la muerte de cada uno de ella, Gary le ahorró el trabajo susurrándole inesperadamente al oído:
-Ése es A.D.D² Andy, un skater que intentó deslizarse sobre el borde de la cuba de una hormiguera con el eje trasero del monopatín- informó Gary-. Lamentablemente, la hormiguera se puso en marcha y Gary pasó a formar parte de la acera.
-Tonto del culo- dijo Scarlet en un tono endiablado.
-Sí, ya, pero consiguió un montón de visitas en Youtube- dijo Gary tratando de ser positivo.
-¿Y Tilly?- preguntó Scarlet haciendo un ademán hacia la chica en cuestión.
-No lo preguntarías si estuvieran las luces encendidas- dijo Gary con una sonrisa-.
Tanning Tilly se frió en una camilla de bronceado. La chica era una auténtica adicta a los rayos UVA. Demasiado avariciosa con las bombillas.
Scarlet decidió que había escuchado ya todo lo que quería o necesitaba escuchar.
Una vez informada sobre sus compañeros de clase, Scarlet concentró su atención en la pantalla. En ese momento, la película mostraba a Butch y Billy recibiendo lecciones sobre cómo empezar adecuadamente las “habilidades especiales”. Scarlet encontraba la película fascinante, a decir verdad, pero no dejaba de recordarse a sí misma que ella estaba allí sólo como oyente. Todo aquella historia era superflua, puesto que ella, en realidad, no estaba muerta.
-Todos pensamos lo mismo al principio, querida- dijo la señorita Pierce-. Ya te acostumbrarás.
-Yo no quiero acostumbrarme..- Scarlet se contuvo-. Lo que quería decir es que yo no soy como usted y los demás. -¿A qué te refieres, Scarlet?- preguntó la profesora, picada por la curiosidad.
-Yo no estoy muerta, señora- dijo Scarlet-. Aún.
La señorita Pierce recibió sus palabras con cierto escepticismo, pero al echar un vistazo a su relación de alumnos no pudo encontrar el nombre de Scarlet. Siguió escuchando, ahora con más atención.
-Y entonces ¿Por qué estás aquí?- dijo la señorita Pierce-. No es que se cuente precisamente entre las prioridades de un adolescente.
-Busco a alguien que sí está muerto- respondió Scarlet-. Una chica, se llama Charlotte Usher.
Pues lo siento, no está en esta clase- la informó la señorita Pierce, consultando de nuevo su lista de asistencia-. Francamente, no tengo ni idea de cómo podrías dar con ella.
Gracias- dijo Scarlet, con la voz levemente quebrada por la tensión.
Scarlet empezaba a estar muy preocupada, el tiempo acuciaba y no sabía qué podía estar pasando en el hospital, pero a falta de otra elección decidió que sería interesante regresar a Hawthorne Manor, esta vez como huésped en lugar de cómo camarera.
Caminó hacia la fabulosa escalera y ascendió a las habitaciones, echando miradas furtivas por encima del hombro durante todo el camino, en anticipación de los furiosos y resentidos fantasmas que tal vez moraban ahora aquí. Mientras recorría el pasillo reparó en que todas las puertas lucían placas rotuladas, luego llegó al antiguo dormitorio de Charlotte, que, por fortuna, parecía desocupado. Se le hizo raro atravesar la puerta, De improviso, no obstante, Scarlet se encontró pensando sobre todo en Petula y en cómo la iba a salvar. En ese momento, oyó unos golpecitos en la puerta del dormitorio.
-¿Scarlet?- susurró una voz.
-¿Sí…?- preguntó Scarlet extrañada; deseó que no fuese el cansancio que ahora la hacía oír voces… o algo peor.
Resultó ser Green Gary, con una inesperada invitación.
-Nos hemos juntado unos cuantos en la sala de reuniones. Si te apetece, puedes unirte a nosotros.
Pese a estar agotada, Scarlet vio en ésta una buena oportunidad para obtener alguna información de los chicos y chicas de la residencia.
Empezo a preguntar Busco a alguien, bueno, en realidad busco a dos personas- dijo Scarlet con un hilo de voz-. Y no sé cómo encontrarlas.
-¿Amistades o familia?- preguntó Bianca.
-Las dos cosas- dijo Scarlet.
-No pueden ser las dos cosas. Las amistades son personas con las que escoges estar y la familia es gente con la que tienes que estar- dijo Bianca, que empezó a darle vueltas a la idea para convertirla en una posible entrada de blog, pero luego se dio cuenta de que cuanto menos debía intentar echar una mano-. Puedo activar una alerta de desapariciónse medio ofreció, obviando el hecho de que a todos cuantos podía alertar ya se encontraban en la habitación.
En realidad estoy buscando a dos chicas. Confío en que la amiga me conduzca hasta la otra- dijo Scarlet-. Y el tiempo a premia.

-Ya veo- dijo Gary-. Es que estamos todos un poco decepcionados. Me parece que esperábamos que estuvieses aquí por nosotros.
Scarlet miró a su alrededor y percibió tristeza, frustración, soledad, pero no rabia.
-Supongo que todos estamos esperando a que alguien venga y nos salve- concluyó Scarlet.

Scarlet se acurrucó bajo las pesadas sábanas de la acogedora cama con dosel y acababa de quedarse dormida cuando sus ojos se abrieron de nuevo, espoleados por la luz de la luna que ascendía, como un falso amanecer, por la vidriera de colores. Su mala conciencia tampoco es que la estuviera ayudando mucho, y ya se había vuelto completamente inmune a sus cánticos chinos para dormir.
La posibilidad de conseguir dar una cabezada le pareció cada vez más remota, de modo que se retrotrajo al momento de su partida y empezó a darle vueltas a su impulsiva decisión. ¿No habría sido más útil echar una mano en el hospital en lugar de merodear a la caza y captura entre dos mundos? ¿Y la preocupación que le estaría causando a su madre? ¿Y a Damen? Al apartar la vista de la gélida mirada de la luna, reparó en el viejo manual de la Guía del Muerto Perfecto de Charlotte, que reposaba sobre la mesilla de noche, junto a la cama. Recordó que el manual de Charlotte era diferente de los demás. Más antiguo, si no recordaba mal. Sacó el manual que le habían dado de debajo de la manta y se puso a pasar hojas, comparando páginas y capítulos. Se cruzó con el dedicado a la posesión en el libro de Charlotte, que no parecía en el suyo.
-Esto ya lo tengo visto- dijo Scarlet, y pasó de largo el ritual.

Hojeó cada libro hasta el final, cotejándolos página por página, pero la única diferencia entre ambos era lo de la posesión, aparentemente. Hasta que llegó a la última página. Parecía más un formulario o una solicitud que un texto en sí. Fácil de pasar por alto, a no ser que uno lo estuviera buscando a propósito.

La cabecera de la página decía así: DECISIÓN ANTICIPADA.


ME PARECE UNA HISTORIA DIVERTIDA Y SCARLET SE PARECE AHORA A CHARLOTTE COMO SE ENCUENTRA EN ESTOS MOMENTOS.

SE RELACIONA EN MI VIDA CUANDO EN ALGUN ACCIDENTE TRATAS DE DAR LA VIDA POR TUS SERES QUERIDOS